jueves, 26 de diciembre de 2013

LA FELICIDAD ESTÁ EN LAS PEQUEÑAS COSAS


Al principio, yo no era así. No, no me refiero a aquellos días en los que estaba arriba del todo: aburrido y asexuado, con las alas níveas, los coros resplandecientes y toda esa parafernalia innecesaria, sino a cuando acababa de caer, a mis primeros siglos en la Tierra.
Recién llegados, todos tendemos a ser ambiciosos y excesivos para hacernos notar. Ojo, no negaré que yo también; fui precursor de grandes males, hasta instigué un par de guerras. Por el contrario, ahora disfruto más con las pequeñas victorias. La sutileza me arranca sonrisas más amplias que la grandilocuencia.
Hoy he empezado el día en un restaurante. Mientras pedía, he abroncado hasta hacer enrojecer al
jovial camarero por su supuesta ineptitud. Más mérito tiene lograr que un bondadoso cruce la línea con
pequeños gestos que empujar a un sociópata per se a que se líe a machetazos. El camarero, un buen tipo, ha escupido sobre la salsa carbonara. La próxima vez que un cliente le saque de sus casillas se animará con otros fluidos corporales moralmente más perniciosos, pero el primer tanto ha sido mío.
Después he ingerido una hamburguesa mediocre, pero gesticulando con colosal deleite frente a una treintañera obesa en su primera semana de dieta. Al examinar mi gozo ha cambiado su ensalada por el hipercalórico menú gigante. Pasará la tarde llorando y odiándose a sí misma. El oficinista felizmente casado de la mesa de al lado acabará el día en un prostíbulo tras señalar con mi mirada el escote de una
universitaria voluptuosa y suspirar. No le ha quitado ojo desde entonces. El encargado de la caja levantará unos billetes por primera vez en su vida al cierre, tras oír un comentario casual sobre sueldos paupérrimos y propinas miserables. Solo susurro en los oídos apropiados.
Tomando el café descubro escrito en cursiva en el sobre de azúcar uno de esos mantras que los hombres aborregados de sonrisa bobalicona repiten hasta la saciedad: la felicidad está en las pequeñas cosas. La felicidad no sé, pero la diversión desde luego.
Creo que pasaré la tarde en el centro comercial, recogiendo más fruta madura.

Pedro López Manzano (España)
Publicado en la revista digital Minatura 124

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