sábado, 28 de diciembre de 2013

DOLOR


No nos maravilla tu caparazón,
preso en los labios resecos
y perfumado en botica que contiene
el apremiado paso del indolente.
Habitas estancias cerradas, lacradas,
que filtran filiforme luz
desmayada a los pies del lecho
columpiándose la pelusa en estertores.
El cielo es un techo blanco
y dios es un tacto paliativo
que se intuye borroso y oscurecido
manejándonos sobre un impreciso hilo
cuya tirantez nos ovilla recuerdos,
sorbos que se desnucan prontos.
Sudamos febriles, sin cansancio,
con un azogue escapista que nos aquieta,
acaparándonos carne, desdibujados órganos,
secuelas de haber sido sin ser
cual envés disminuido y paralelo
que nos argumentara enrabietados
en un suspiro que revienta inmóvil.
Al lluvioso monte de nuestra frente
aterrizan besos calamitosos
como dádiva sepulcral y fatua
que pulula en nuestras cejas remotas
y nos aqueja en un grito
fundido al moratón de una vena.
La estación del tiempo difiere,
horripilantemente pausada, morbosa,
gotea desde el infinito
y se maquilla con olor viciado
que yace marejada en las sábanas.
Al final, siempre es una de las soledades
la que nos toma la mano,
inconclusa, inexperta, remontada,
plegada al cuchillo que trocea el aire
y que nos duele al frente y al costado.

MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-

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