Apoyó la cadera sobre la balaustrada de mármol tiznado; ajustó con ademanes precisos el correaje de las sandalias desliando al mismo tiempo el pliegue que se había formado en el ruedo del vestido, escotado y largo, de seda negra, eufónicamente amoldado al enjuto cenceño.
Suspendido de una tira de gamuza opaca, un camafeo de ónice tallado rodeaba el macilento cuello de la mujer de nariz afilada y labios apagados, como sus ojos de corte aindiado.
Retiró un cigarrillo de la petaca dorada, lo prendió nerviosamente desde la llama del encendedor adosado e inhaló con fruición profunda bocanada. Lo mantuvo sin consumir por varios segundos muy cerca de la cara.
Una de las mangas de la prenda colgaba grotescamente.
El pelo brilloso y oscuro remataba en un moño sujeto firmemente a la nuca por una equis de maderitas puntiagudas.
Con inocultable fastidio se despojó de los aretes depositándolos sobre la tapa de vidrio de la mesa de jardín cercana.
Dirigió su mirada hacia el bosque umbrío sin dudar un instante respecto a la invitación de sumergirse definitivamente en ese confín de sombras.
El sol se hundía con el naranja brillante que no pocas veces iluminó su cara… recordándole que prontamente debía acompañarlo. Ya no podía pensar más en la longevidad de la vida y mucho menos en la calidad. Se dibujó en su rostro una mueca lóbrega.
No muy lejos los pájaros levantaron despavorido vuelo: Un ladrido de perros o la presencia acechante de un gato. Los envidió con dolor.
Acercó nuevamente el cigarrillo a la boca observando con atención las uñas rojas de la mano que lo sostenía. Una mueca de satisfacción le curvó los labios; los ojos relampaguearon la resolución que había adoptado el día anterior. Le golpeó el alma, como a la cara el soplo cálido de la tarde que fenecía.
Aplastó con decisión la colilla.
El golpetazo de una puerta metálica convocó su atención. Se miró los pechos con pena. Buscó otro cigarrillo y se desentendió. Maniqueamente lo guardó de nuevo en la cigarrera.
Con pasos cortos y silenciosos un hombre grueso, rosado y terso, casi angélico, se le fue acercando por detrás. Lucía un impecable traje de alpaca azul y una corbata estrafalaria con el nudo descorrido.
Ella presintió la cercanía sin realizar gesto alguno que delatase interés.
Le rodeó con suavidad la cintura y depositó en ella un beso mojado.
Se apartó con brusquedad.
- Me desagrada sobremanera que me tomen por sorpresa…
A paso decidido se introdujo en la galería; con el impulso enganchó el vestido en una saliente, liberándolo de un manotazo a costas de un extenso desgarrón. La furia la devoraba.
Traspuesta la puerta principal que cerró tras de sí con calculado desprecio, apoyó la espalda en la cristalera de roble con el gesto tensionado. El viejo reloj daba en esos momentos el cuarto de hora.
”Ya basta…”
Tomó asiento en un pequeño banquito frente al piano y respiró hondo. Cuando se sintió levemente distendida apoyó suavemente la mano en el teclado. Notas suaves y breves rompieron el silencio asfixiante tras lo cual se mantuvo inmóvil con la cabeza gacha.
Él la había seguido sigilosamente guardando prudente silencio.
- Te muestras excesivamente reticente... no entiendo. Sabes que salí en atención de nuestros negocios. Ese ha sido el pacto desde siempre. No entiendo tu actitud que supongo tiene que ver con mi prolongada e involuntaria ausencia...
La mujer giró la cabeza y lo fulminó con la mirada.
- Es muy cierto: Soy tu socia y… negocios son negocios.
Una nota larga abrió un frágil paréntesis… Pero también soy tu esposa y sé muy bien dónde estuviste estos diez días.
- No sé qué quieres decir. Bien…este...me serviré un whisky y algo para comer, si me lo permites.
No le contestó.
Bajó cuidadosamente la tapa del piano encaminándose unos pasos hasta el lugar donde colgaba un cuadro en la pared, lo quitó apoyándolo en el piso; accionó el mecanismo cilíndrico de la caja empotrada: La abrió y observó detenidamente el contenido.
Inadvertido de lo que sucedía a sus espaldas el hombre continuó preparando la bebida.
Cuando se dio vuelta comprobó con estupor que lo estaban apuntando con un arma.
- Siéntate en esa silla, ajusta sobre tus tobillos una de las esposas que ves sobre la mesa;
previo pásala por el travesaño de las patas. Nada de trucos… sabes bien que no me tiembla el pulso: Al menor movimiento de resistencia te vuelo los sesos.
El hombre abrió los brazos como si estuviese clavado en una cruz y desplegó una sonrisa falsa.
- Quédate tranquila mujer… ¡Tranquila¡… No sé qué propósitos te animan pero no haré nada que te ofusque.
En un solo temblor dejó el vaso sobre la mesa del living, tomó con perplejidad una de las manillas y se sentó donde se le hubo indicado. Las calzó no sin esfuerzo en ambos pies y de acuerdo a las instrucciones recibidas.
- Pasa los brazos entre los soportes del respaldo, échalos hacia atrás y quédate quieto.
Lo maniató con otro par, previo tomar algunas precauciones ya que la maniobra – que culminó rápidamente – incluía dejar por instantes el arma sobre el encerado.
- Bien, ahora vamos a encarar por fin “nuestros problemas…”
Se sentó con estudiada parsimonia sobre el posa brazos de un sillón cercano.
Apoyó el caño sobre el sexo y sonrió tristemente contemplando la belleza siniestra del arma. Rozó con ella varias veces y con languidez macabra el brazo atrofiado… los pequeños deditos retorcidos.
- Bien…esta situación que entraña nuestras vidas y destruyó mi tranquilidad ha traspasado los límites de la convención estricta que habíamos acordado como socios y esposos… en ese orden. Toda nuestra vida gira en torno a los negocios y ese es el mundo que hemos elegido dado lo cual las quejas sobran. Sabemos muy bien el desprecio que nos profesamos: Nuestro “casamiento” no fue otra cosa que una farsa sustentada en bastardos intereses; poco me importó al principio interpretar ese papel despreciable que paulatinamente fue transformado mi vida en un infierno.
Me rechazas en la cama no sólo porque mi presencia mutilada te causa aprensión, sino porque tu verdadera vida, vacía e indecente, la ocupan otras mujeres con las cuales satisfaces tus deseos desnaturalizados. Pero esto lo vamos a “liquidar” ahora mismo pues entre otras cosas que incumben a mi deformidad, soy objeto permanente de mofa y escarnio por tus notorias extravagancias prostituidas.
- Pe…pero escúchame. Soy consciente y me arrepiento de ciertas, digamos… desprolijidades. Me hago cargo de mis errores, entre otros el haberme dedicado exclusivamente a nuestros negocios sin advertir, lamentablemente, que me alejaba inconvenientemente de ti…pe… pero no puedes librar un juicio tan tajante acerca de nuestra relación y menos endilgarme…esas cosas.
- No tengo interés en escucharte, soy artífice como tú de este sainete. No eres el único responsable. Que el destino decida quién debe continuar.
- ¿Que arrebato te está consumiendo mujer? No entiendo nada…
- No hace falta que entiendas. El juego al que habremos de abocarnos lo abro yo y pronto comprenderás de qué se trata.
Quitó del cargador todas las balas menos una; las depositó paradas en el piso, una detrás de otra.
-Bien…
Restregó lentamente el arma sobre la punta de la nariz mirando a su esposo con curiosidad sarcástica.
- Creo que nos hace falta un director de escena, pero aún así haremos lo mejor que podamos por montar un espectáculo meritorio.
Grandes gotas de sudor resbalaban sobre la cara del hombre cuya palidez se acentuaba con el correr de los minutos. – No – dijo en voz queda-. Por favor, no, no, no…
- Tu miedo no me asombra ¿Sabes que pienso?...Pienso que todos los anhelos y frustraciones que han marcado nuestra existencia deleznable mudarán en personajes esquizofrénicos que, hechas las cuentas, justificarán este acto final. Nada, desde este momento, nada nos pertenece a los dos. En mi caso el juego terminará dramáticamente de un modo u otro, en cambio tú sí tendrás otra chance, tal el injusto margen de piedad que puedo ofrecerte.
Sonrió con atildada resignación e hizo girar el tambor llevándose el revólver a la sien. Accionó el gatillo observándolo fijamente…Un “clic” infinito fue la respuesta.
- Bueno… no es mi día de suerte.
Ahora veamos qué pasa contigo. Quiero que sepas que desde el primer día sentí asco por ti. No eres un hombre de honor, en cambio sí que cobarde y ruin. Le escupió en la cara.
La saliva se escurrió entre los cauces abiertos por las lágrimas del individuo.
- ¡¡Por favor no lo hagas¡¡ Te cederé todas mis acciones…Me iré con lo puesto y no me volverás a ver. ¡No lo hagas¡ ¡¡Noooo¡¡.
Le apoyó el caño en la nuca. El tambor giró nuevamente y accionó el disparador. Nuevamente…otro “ clic” escalofriante.El marido observaba todo aquello con ojos desorbitados.
- El diablo te ampara maldito…
Tomó un pañuelo y se secó con precaución el sudor de la frente y la nariz. Deshizo el rodete con gesto decidido. El abundante cabello se deslizó en cascada sobre los hombros; los ojos adquirieron un brillo lujurioso.
Repitió la operación…
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- Señor oficial, lo único que puedo declarar es que escuché nítidamente dos estampidos, algo espaciados. Por unos instantes quedé paralizado sin saber muy bien qué hacer. Pasado un tiempo de absoluto silencio me atreví a correr hacia el lugar de donde provenían y me introduje con mucho miedo en la casa. Y bueno…ahí los ve: Así los encontré a los desgraciados.
No puedo agregar más nada.
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
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