Los Ángeles, California, 1976
Para mí, la película empieza con un hombre negro
Que brinca en una órbita de insignias, lunas minúsculas
Que capturan el brillo de su perfecto afro negro.
Patadas arqueadas, karatazos chops y treinta policías
En sus espaldas. Comienza con el fanfarroneo,
Recostarse suavemente en el asiento frontal de piel
Del blanco y negro que se arranca.
Con aleluyas profundas los asistentes al cine
Ahogan la guitarra eléctrica. Sal y mantequilla
¡Chócala, así, hermano! Y papá
Brillando tanto que puede iluminar la pantalla
Por sí mismo. Así es como se desinfla esto.
Viernes por la noche y mi padre me lleva en su auto
A casa después de la última función, dos héroes.
Cadillaqueando como rey en pleno Boulevard King.
En la oscura cabina del carro nos lanzamos y agarramos,
Jim Kelly y Bruce Lee con aliento de
Palomitas, y casi no se dan cuenta de las luces flasheando
En el agrietado espejo lateral. Yo sé qué hay
Bajo del asiento pero cuando los uniformes
Se acercan de la parte posterior lateral del auto,
Cuando el gordo se recarga en la ventana
De mi padre, puedo oler su largo día de trabajo,
Cuando mi padre –ese hombre, John Henry—
Esconde su martillo, no va en contra, guarda
Su voz de barítono, la licencia y el registro tiemblan
Como si fueran una nota escrita pidiendo permiso al
Director de la primaria ir al baño, aprendo la diferencia entre
El cine y la ciudad, entre hurras y vivas de hombres viejos de
La película que vemos en casa y el silencio que nos lleva a nuestro hogar.
JOHN MURILLO
Publicado en el Periódico de Poesía 63
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