Goteaba la luna líquida
espejos en el patio.
Esperaba la penumbra
con latido de estaño.
Eran los rincones,
sobrecogida acechanza.
Las macetas ordenaban su sigilo,
de plata agazapada.
Las puertas del patio,
bocanadas de un tesoro que crujía inquieto.
Una mesa, sillas, el perfil perfecto
del claustro de ángulos deformes.
El patio adquiere vida propia
cuando las miradas desaparecen.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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