miércoles, 27 de noviembre de 2013

EL SALARIO DE SAL


"....Parece que muchos quieren que la palabra "salario" recupere su sentido etimológico, de cuando a ciertos esclavos romanos les pagaban con sal...." . Leo a Berta Vías Mahou en un periódico de tirada nacional un lluvioso domingo por la mañana. Y es inevitable que me asalte a la memoria lo ocurrido en el bar Prieto hace unos días.
- Dios da condones a quien sólo hace solitarios. -se escucha la voz sentenciosa de Celestino Buey, soslayando airadamente a su compañero de mus Luis.
- Un desliz, joder Celes.

Los parroquianos habituales del bar de Baldomero se distribuyen antojadizamente por las mesas en sus juegos o tertulias. Se escucha la gangosidad del transistor Vanguard, atada la carcasa con un par de gomas anchas, desde la repisa donde se amontonan las botellas de mayor demanda y bajo la vigilancia del retratado Walter Brennan.
- Menudo pan para hacer hostias es este negocio, K. Me pregunto qué narices entiendo yo por prosperidad.

Baldomero se ha acercado a mí en el recodo de la barra junto a la puerta de entrada que suele ser mi acomodo. Se ha puesto a bruñir la encimera tal y cómo hace siempre que quiere pegar la hebra con alguien.
- ¿Y qué ibas a hacer tú si no? Te va esta marcha, Baldomero.

Me fijo en el racimo de venitas moradas sobre las aletas de su nariz y se lo menciono aguantando un envite de hilaridad.
- Mira tú el caramelo -contesta, dándose un sonoro golpe en el hombro izquierdo al colocarse el paño- Tampoco eres tú Terence Hill, no te amuela.

Esos ojos saltones y pitarrosos no son de cuna; de cerveza y de balde, carajón.
Me doy la vuelta para que no me vea reír.
Entra Doña Pura, la lotera, seguida de un hombre vestido con un mono de trabajo.
- ¡Hombre la diosa de la suerte! -exclama Baldomero, acodándose sobre la barra y sin mirarme a conciencia.
- Este seño - dice ella, señalando al hombre enjuto que le acompaña- que me ha preguntao para comer barato y te le he traío. Está arreglando las baldosas de la calle frente al 82. Ande, hombre, acérquesele al Baldomero y que rebusque cualquier vianda.

Encima de su jersey grueso de lana, luce Doña Pura un eterno mandil descolorido en el que prende boletos oficiales de lotería nacional y participaciones para el oportuno sorteo. Ahora, cerca de las navidades, "hace el agosto", como dice ella, y su paso suscita la tentación de acercarse al olor de la suerte con más vehemencia que el resto del año. Lleva un moño de pelo canoso y se sujeta sobre dos piernas hinchadas, amoratadas, que se enfundan al extremo, inverosímilmente, en unas zapatillas de paño.
- ¡Traigo la potra del pobre, señoras y caballeros! - grita en mitad del bar.

Pasado el rato se me acerca Baldomero como si nada hubiese ocurrido entre nosotros. En su entrecejo percibo alguna pesadumbre.
- Estoy jodido, K, muy jodido. -me espeta, echando un reojo al obrero que come al otro extremo de la barra- Resulta que el albañil que ha traído la Pura tiene un contrato de esos que se llaman "alternativos", o sea que trabajas un mes de gratis para que te contraten otro. Quiere decirse que de cada dos meses cobras la nómina uno. ¡Me cago en to lo que se menea, K! ¿Cómo carajo puede ser eso legal? ¿Hasta dónde vamos a llegar? Una lata de jureles que se está comiendo el hombre porque tiene dos euros de presupuesto.

Contemplo a mi personaje totalmente confundido, dolido en una derrota de la que se siente en parte culpable e inocente. Me gustaría que en Kavaranchel no sucedieran estos avatares, que todo fuera menos retorcido e interesado, que mejorara lo que la humareda densa del final de la avenida nos separa del resto. Pero no puedo. El barrio va tomando forma propia, semana tras semana, y va encontrando los recovecos de mi imaginación para campar a sus anchas. La ficción, se quiera o no, también necesita mamar de la realidad.

- Escucha lo que te digo -dice de súbito, acercando su rostro lechoso al mío- He hecho esta mañana una tortilla paisana y ese albañil se va a comer la mitad como yo me llamo Baldomero Prieto. ¡Y de balde, redios! Y un sol y sombra que le voy a convidar.

Lucen sus dientes amarillentos.
- No te olvides de mí, Baldomero -aprovecho la coyuntura.
- Y a ti otra jarra de cerveza. Con dos pelotas. Y que le den morcilla al negocio.

Doña Pura tiene un remolino de compradores.
- ¡Eh, tú Celestino! -echa un bufido y le agarra por el jersey- A ver si me voy a acordar de la madre que te parió; has cogio dos participaciones y me has pagao una. ¿Crees que estoy chalupa o qué?.

MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
Publicado en el diario Pontevedra Viva

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