El paraíso tiene los ojos cerrados por la lluvia ácida de la injusticia,
dijo la chica mirando la espalda de la concurrencia mientras iba dejando la ropa sobre una improvisada mesilla de noche que había robado en unos grandes almacenes.
El paraíso no es, insistió ahora negando, una corrala de vecinos en la que todo el mundo
aguja en mano, aplaude las manos de los otros mientras filetea ojos de búhos cazados la noche anterior y desplumados por el presidente del universo en ropa interior.
El paraíso es un paréntesis en donde cada noche se aposentan las huellas dactilares de todo el que no se comió la vida, deslumbrado por los oropeles de cartapacios sedientos
confiscados en las embajadas de la noche,
dijo la chica de ojos como universos.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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