Como un inmortal,
con la maraña de rizos
apretados en la sien,
los ojos negros,
se hace presente como un filo—
la que lo mira se pregunta
si él lo sabe.
“Una gota de sangre
para tu abismo.”
Y es ella quien se abisma
en el reflejo implacable de esos ojos.
Cosas muy otras dicen sus palabras,
veneno dulce,
punta de flecha oculta:
“Aquí está mi semilla—
la semilla de mi amistad.”
Lo deja acercarse
sabiendo que trae la muerte
en los cabellos—
enmarcan la cara
con la sombra de barba apenas,
máscara perfecta de joven dios.
Y el dios que lleva dentro
—vestido de negro,
con la luna en la oreja—
concentra en su mirada
un camino sembrado de huesos,
la hazaña
en la impaciencia de sus gestos,
en el imperio de su voz.
Sonríe
—labios finos,
dientecillos de fiera.
Es una la voz
y otra la cifra.
Habla,
colmado del peso de sus sueños.
Por un momento se abre,
vulnerable,
pero es ella quien recibe
la punta certera.
Pausas sombrías,
miradas vueltas hacia el brillo recóndito—
el propio abismo.
Elsa Cross
Compartido por Pilar Jiménez Trejo
Publicado en Periódico de poesía 97
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