Esta noche me trajo tu rocío,
y amándote entre gotas te sostuve
como si fueras César, y yo tierra de Galias
aguardando el imperio
de tu ansiada conquista.
Tendría tantas cosas que decirte…
¡Oh vasto emperador de mis sentidos!
Después que vi vaciarse el mar de tus pupilas,
acaso el mismo Dios que ya conoces,
me habló de tu existencia
sin la temperatura de la vida:
ahora sé, que llevas
tu cuerpo de milagro sobre el mundo,
muy fuera de los himnos de la tierra,
y apoyado en la frente
un grito de triunfo entre laureles.
¡Mi recio paralelo de amorosa doctrina!
No volveré al dolor de los cipreses:
la muerte es poca cosa
si no bebo en la copa de alcohol de su madera
y distraigo en ti el luto de mis labios.
Ahora ya no hay tardes con ojeras
y tu presencia ingrávida
acelera mi pulso
porque sé, que es la espada de tu beso
quien se acerca en temblor a mi alborada.
Esther González Sánchez -Pontevedra-
Publicado en suplemento de Realidades y ficciones 72
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