sábado, 22 de abril de 2017

EL LLAMADO DE LA SELVA


Como un pubis vegetal, un tramo de tupida selva se enclava en medio del desierto arenoso y tórrido de la llanura africana.
Cruzando los límites imprecisos y notorios demarcados por el verdor de las plantas y las palmeras, se extiende el sol que hacia lo lejos recalienta el paisaje de la sabana sin sombras. En esta parte, donde el mismo sol se filtra entre el follaje de un claro abierto por la mano del hombre, una sucesión de chozas se alinean al costado de un camino liso y seco que se pierde zigzagueante en el monte como un sendero de hormigas gigantes.
Hay revuelo entre los nativos de piel lustrosa y negra, muchos están en estado de alerta; un nuevo suceso repetido a lo largo de la historia del hombre, está por repetirse inexorablemente. En una de las chozas, los gemidos de una mujer y las voces de otras que ayudan en el parto, se mezclan con el silencio de los hombres que esperan afuera.
Finalmente, el llanto agudo de una criatura quiebra los sonidos de la selva y los pájaros vuelan asustados. La antigua voz de un ser humano hace alusión a su presencia. Ha nacido un niño, de ojos redondos como de obsidianas y un pelo ensortijado delineando el contorno de un cráneo de primate evolucionado.
La comadrona que ayuda a la parturienta se acerca al jefe Mobutu y le hace una seña silenciosa para que entre a reconocer a su hijo. El hombre, con un manojo de ornamentos entre sus manos y las primitivas armas neolíticas que usó Kamuba —su propio padre—, comienza a pasarlas por sobre la cabeza del recién nacido. Susurra unas palabras en lenguaje arcano y con un gesto de ojos elevados, parece implorar al cielo algo incomprensible para el profano. Desde una manta en el suelo, el niño agita los bracitos y estira las piernas de ámbar negro, mientras pareciera que se despereza de un largo sueño.
Un nuevo gesto en la expresión indiferente del niño, consigue que los pocos presentes se miren y aprueben en silencio. Sin duda, confirman que es el anciano Kamuba que ha reconocido sus utensilios de labranza y de guerra, confirmando así, que ha regresado al fin del largo viaje que separa a los vivos de los muertos.
Mobutu sale de la choza radiante y satisfecho. Grita a todos los habitantes de la selva que su padre ha reencarnado. Los escasos habitantes festejan. Están contentos con el regreso del viejo rey que un tiempo atrás se había ido, dejando su deshabitado cuerpo en el mundo de los restos. La esperanza se renueva, ha venido vestida con una nueva piel dentro del cuerpo del recién nacido. Ese ser crecerá sin infancia con la responsabilidad de su abuelo, intentando recordar su anterior vida para que todo siga como era entonces, como cuando su nombre fue Kamuba.
Aunque quizás a nuestros ojos occidentales sea injusta la propuesta, el niño no tendrá derecho a la inocencia; en su aprendizaje para la supervivencia en la selva, los adultos tratarán de ayudarlo a recordar como era su mundo de entonces. Sin saberlo, se amamantará de los pechos de su nuera y su hijo, el actual jefe del clan, le dejará el trono que le pertenece, apenas recobre la memoria con los años y el tamaño de su cuerpo lo convierta otra vez en hombre.

Eduardo Jorge Arcuri Márquez -Argentina-
Publicado en suplemento de Realidades y ficciones 72

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