miércoles, 26 de abril de 2017

AL FINAL DE CALLE AGOSTINONE


donde cruza con la costa marina
esperaba paciente canturreando
en una silla trípode de plástico
y distribuía amor
a desbandados y a negros
por el módico precio de cinco euros
como estaba escrito en un cartelito
que llevaba apuntado sobre el suéter.
Trabajaba en un viejo caserío
donde dejaba la pineda el sitio
a una senda invadida de maleza.
Pasábamos allí para acortar
la calle hacia la playa,
y parecía que quisiera saludarnos
surgiendo entre un intervalo y otro
con el gorrito blanco y pantalones
a media pierna que se abotonaba
con estudiada tardanza.
Sacudía el colchón y lo ponía al sol
antes que lo ocupara un nuevo cliente.
Marcada la frente por las arrugas
y las mejillas flácidas escondía
el peso de los años
embarrándose el rostro
de colorete y de pestañas falsas
en la casta mirada de una niña.
Las nuevas construcciones
se fueron apropiando de la zona
borrando toda huella
de aquella calle y de su presencia.
Sólo ha quedado un trozo de cemento
donde van ascendiendo
cúmulos de inmundicias y detritus
y llegamos al mar
por una avenida con anchas aceras
alineadas de fresnos
y cercados de boj.
La vi de nuevo esta noche cuando andábamos
por la calle que va a grandes hoteles
con el gorrito y con los pantalones
azules a media pierna
y el paso tambaleante de una ebria.
Vivía de la mendicidad. No sé
si me reconoció pero en los ojos
brilló la casta sonrisa de una niña
al recibir cinco euros en la mano.
En tu casa santa Señor acéptala
pues dispensó placer a derrelictos
ella misma una paria en esta tierra
y dale un lecho mórbido
y sábanas de lino donde alcance
a reposar su vientre devastado.

EMILIO COCO -Italia- Traducción Marco Antonio Campos.
Publicado en Luz Cultural

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