sábado, 4 de marzo de 2017

IV

                                                                                     
a César

El muchacho vino, se sentó, quizás me haya visto, adentro, tan sólo un poco, donde uno es capaz de morderse el labio en lo invisible y quedarse quieta, como si la ternura no fuera un terremoto y él no portara el abecedario de las lanzas consigo. Poco tiempo se tiene para nombrar lo dulce, pero hicimos correr nuestros ojos  para nombrarnos a mitad de la noche. No olvido al muchacho, sigue en mis ojos, voy lento. Recuerdo su signo, su ascendente, la lenta caminata, cruzar la avenida.
Lo suficiente.

Del libro Con Truman y sin ti de Gabriela Rosas -Venezuela-
Publicado en La Náusea

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