Cuando los marcianos invadieron la Tierra, y destruyeron en dos semanas a los ejércitos más poderosos del planeta, incluidos los del gran Zar de todas las Rusias, y al rey de la Gran Bretaña y de su Imperio, nadie apostaba por la supervivencia de la humanidad. Menos aún que un crío de siete años fuese capaz de vencer a los alienígenas.
Pero así sucedió, y aún se recuerda con admiración, a pesar de que hace más de cincuenta años que el héroe murió, cómo Matías Santos se enfrentó a un grupo de repugnantes criaturas marcianas y les lanzó lo primero que encontró a mano: unos trozos de carbón.
Cuando los invasores recibieron los impactos de la negra materia, se desintegraron casi al instante. Pronto se descubrió que eran vulnerables a nuestro carbón, del que disponíamos en cantidades ingentes.
No hicieron falta ni cañones, ni barcos, ni dirigibles: bastó armar a la población con carbón para desanimar a los marcianos y hacerlos volver a su planeta.
Y por fin, en este año de 2065, el Ejército Unido de la Tierra, embarcado en los grandes dirigibles interespaciales clase Verne, se apresta a invadir Marte, comenzando con un intenso bombardeo preliminar de carbón, que acabará con cualquier resistencia de sus habitantes. A partir de ese momento al llamado planeta rojo habrá que denominarlo “planeta negro”, y el futuro de la humanidad tendrá una colonia en el espacio donde podrá instalarse y seguir progresando en su camino eterno a la conquista de las estrellas.
Y todo gracias a ese niño y a nuestro querido e indispensable carbón.
Francisco José Segovia Ramos -Granada-
Publicado en periodicoirreverentes
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