"Se desnudaron con la sencillez,
del leve rubor compartido,
con ese mirar de suspiro,
y el apenas rozar de la piel.
El aire compartió su calor,
parco temblor, de manos inquietas,
deseo de unas bocas que miran,
anhelo, de unos ojos que besan.
Bailar de sombras difusas,
zigzag, de la vela y su cera,
sus dedos eran sonrisa,
sus pieles, mirada traviesa.
Apenas llegaba la luz,
en su iluminar contornos y siluetas,
figuras, en su estar coquetas,
curvas, de entregada pasión.
Esculturas cinceladas,
por manos de natural estilo,
en un bailar de espacios pequeños,
abrazo tibio, de infinitos segundos.
Aromas de incienso,
en sábanas blancas,
sedas de tactos,
que las bocas bordaban.
Dibujo preciso,
que entregó la luna,
cuando las pupilas fueron,
de las almas, la pluma.
Y el maestro corazón,
con su paleta de colores,
de los cuerpos hizo flores,
madreselva de pasión.
Voló la noche en momentos,
instantes de vela y crepitar,
fundir de caliente cera,
desnuda piel y su amar.
Tomó el amanecer su silencio,
humeante la mecha en su apagar,
ojos en su apenas somnoliento,
dorado cuadro en su despertar.
Amanecieron en cuerpo libre,
en abrazo, de unísono respirar,
con su sonreír de almas humildes,
y en los labios el beso, que les hizo soñar."
Del libro Poemas de la noche de
Emilio Juan Gilabert Fernandez
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