lunes, 1 de febrero de 2016

EL SASTRE DE ALANÍS


A la memoria de Leopoldo Guzmán Álvarez, Don Benito (Badajoz) 1885 - Alanís (Sevilla) 1971

I

Aquel invierno del setenta y uno,
como el albor de verbo y de camino,
cual luna nueva calla en la memoria
de quien no alcanzaba ni tres años.
Aquel su febrero último, a mi abuelo
viejo, en su cama
declinado lo imagino, exánime;
como el bajo río que se entrega
lento al mar.
Una fugaz sonrisa, contó mi madre,
como un rayo de sol entre cipreses
arrancaron al mal mis niñerías:
las palabras sin maña,
los tumbos de alevín por el pasillo.
Las calles de la patria todavía
grises, la libertad
clandestina, tímida, en blanco y negro
prendía -me dijeron la
llama que fundiría cadenas.
Lento sol ante el ocaso seguro
del yugo amanecía.
No sé si el hielo enjalbegó los campos
aquel amanecer en que la muerte
con su aliento de escarcha
taló el lábaro íntegro de mi casa.

II

Sucedió aquí, entre olivares lejanos
de sus extremeños pastos,
de su Don Benito del novecientos:
santas salmantinas, deán claretiano,
señoritos, haciendas, gañanías
de hoces, cuadras, jornales y
graneros para el heno y las enaguas;
lejanos de aquella viudez temprana
que colmó con fe la pobreza
de su casa: un delantal raído y enfermo,
apenas limosna para diez bocas;
unas cuentas ajadas de rosario
suficiente ración para diez almas.
Sucedió aquí, en esta casa fría
al centro de Alanís:
balconadas con aire a aristocracia,
alta fachada blanca
en la que aún busco su sombra
de sastre y poeta
recostada, silenciosa, paciente,
sumisa al sol de la honradez.
Aquí, en esta estancia iluminada
en la que enjuago mis dudas sobre él,
su inteligencia, su alma;
en la que escribo versos
inútiles, como el que arroja piedras
al lago y espera, solo, en la orilla
lumbre o milagro.
No atesoro cuerpo ni mirada en mi recuerdo,
ni en las manos tacto; solo sus cosas:
tijeras, misal, rosario, poemas…
Ésas son su voz a mis preguntas.

III

Y partió,
partió de ingratitud sobrado
quien fue soldado en las trincheras del enfermo;
de soledad acompañado
en su huerto de poniente: canteros de ovillejos,
parra de liras, niños de teatros,
cruces de mayo, poemillas
al piano, mirada pensativa, derramada,
como el cristalino chorro
que rebosa la alberca en el silencio…
Partió pidiendo perdón a Dios
el que fue buen hombre,
de rodillas fue hasta el mármol:
culpable por no ser comprendido, culpable
por ir contracorriente.
Partió, y no lejos, desde el suelo,
al llegar al cementerio el pisar de los que andan,
al humillar su nombre los zapatos,
el desdén es la respuesta;
y debajo solo huesos, que son nada.

Leopoldo Espínola (Alanís, Sevilla)
Publicado en la Antología "El vuelo de la palabra 2015" Ayto. de Badajoz.
Publicado en la revista Aldaba 28

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