Ahí voy,
tambaleándome estremecida,
como pájaro
volando en la ventisca,
nadie pudo cambiarme,
ni mi madre,
ni el mar
que me observaba
cada tarde.
Nadie es culpable
de mi ríspida vocación
de solitaria,
de ser genuina,
a veces sin motivos,
arbitraria.
Es este dolor
el que me induce
a andar de madrugada
como fantasma
que piensa abrir la mente
a llamaradas.
Mi amor se apoya
en esa soledad
de abandonada,
pues aunque ame a tientas,
me niego a amar-atada,
también puedo amar inmensa,
hasta romper la coraza,
o quedarme sin nadie,
aullando acorralada.
Pero he venido del mar,
con una alegría conmovedora,
como si nada me faltara,
a estas horas, soñadora,
mis manos se tornaron suaves
y mi corazón poeta
y abracé, sin querer,
el amargo... y dulce
camino de las letras.
Isabel Domínguez Castro -México-
No hay comentarios:
Publicar un comentario