viernes, 4 de diciembre de 2015

LOS JUEGOS FLORALES


(Artículo de 1922)

     Señores, por Dios santo, vamos a dejarnos ya de los juegos florales. Es horrible que no tengamos otro entretenimiento, otra forma de expresión de nuestra actividad mental, que esa de los infantiles concursos para saber si los versos de Juanito son o no mejores que los de Periquito. Hace ya más de dos o tres meses que nos estamos dando matraca los unos a los otros con el certamen tal o el certamen cual, y, si sigue este vértigo de las poesías premiadas, temo que cualquier día ocurra una desgracia, dado el encono que estas ridículas competencias jilgueriles van despertando entre los concursantes y sus partidarios.
     ¿Hasta cuándo viviremos ignorando, o pareciendo ignorar, que un premio de certamen, así sea adjudicado por los Siete Sabios de Grecia, no le añade ni le quita nada a ningún poeta? Los grandes, los verdaderos creadores de poesía, los Hugo y los Verlaine, los Whitman y los Lee, los Shellys y los Browning y los Dante y los Goethe, no fueron nunca consagrados en ningún certamen. Todo creador --y no merece el nombre de poeta quien no lo sea-- es un renovador, y todo renovador es un rebelde, uno que disiente de las normas consagradas, y no hay que decir la suerte que aguarda a todo rebelde ante todo tribunal jurídico o político o literario. ¿A qué, pues, este afán de consagración académica oficial, solemne que devora a nuestros portaliras puertorriqueños? ¿No es cosa de chicos, cosa indigna de quienes aspiran a ejercicio tan alto y tan serio de sus facultades, ese torneo vanidoso en que quiebran lanzas, no por esta o aquella causa o empresa de honda significación para nuestro bienestar, desarrollo o progreso, sino por el diploma o la medalla o la flor que nos declara, como a los niños, notables o sobresalientes por encima de los demás? El pavonearse en el Ateneo o en un teatro ostentando un premio de éstos, ¿no ofrece motivo al filisteo, al filisteo infeliz que sólo vive en su negocio y su barriga, para acentuar su desdén por nosotros, los cultivadores de las letras, ante un pugilato de vanidades pueriles que habla tan desfavorablemente de nuestra seriedad?
     --Pero entonces, si no hacemos versos y nos disputamos por ellos, ¿qué vamos a hacer, hombre de Dios, en este batatal donde sólo se oye hablar del alza y baja en la caña y del Gobernador? ¿qué vamos a hacer para no aburrirnos hasta la desesperación?-- me preguntarán.
     ¿Qué vamos a hacer? Hagamos versos, si ello es la forma de expresión que nos viene más fácil; hagamos versos y disputemos por ellos y llenémoslo todo del rumor y alboroto de nuestras recitaciones y debates --que al fin ello es pensamiento y el pensamiento es la más fuerte y noble palpitación de la vida-- pero matemos, por Dios, dentro de nosotros el gusanillo de la pueril vanidad que hace endémicos en Puerto Rico, más que en ningún otro punto de América, los pánfilos y estériles certámenes que sólo conducen a la grotesca exhibición de una medalla o un diploma.
     ¿Tenemos, a pesar de todo, vanidad y deseamos resonar e imponernos a la atención pública por el brillo de nuestras producciones? Pues busquemos la única consagración que vale la pena, la única digna de hombres de madurez mental: la del público. Que siempre es en definitiva el público el que por encima y a despecho de jurados y laudos y academias hace y deshace reputaciones y formula y rectifica juicios sobre nuestra producción.
     Poetas, trovadores, gentes de vibración que sentís en el alma un soplo, toque o resplandor de universalidad, de eternidad: declaremos la guerra a la muerte y, por consiguiente, a esos pocitos de agua estancada que, como los juegos florales, y todos los demás ejercicios de ingenio que no pasan de la categoría de juegos, sólo sirven a lo sumo para darnos el débil reflejo de actitudes y modos y normas de épocas pretéritas. Si es que tenéis sol en el espíritu, salid de los circulitos donde sólo están bien las lamparillas, y verted vuestra luz donde se necesita, en el bosque, en el sagrado bosque que llamamos pueblo, en cuyo seno oscuro y trágico hay tanta humanidad jadeante y extraviada que pide orientación.

Publicado en el blog nemesiorcanales

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