martes, 1 de diciembre de 2015

EL POEMA DE NUESTROS CUERPOS


Largo tiempo llevo leyendo el prólogo de tu hermosa obra, un alma tierna, bondadosa. Novela que me seduce y me atrapa, que da cobijo a mi corazón malherido con románticas palabras. Hoy quisiera leer todos tus capítulos, sumergidos los dos en el cálido lecho; pasar tus páginas con suaves caricias, deslizar silenciosos susurros por las hojas de tus glaucas mejillas.

Hoy quisiera leer el libro de tu cuerpo, perderme en las sinuosas curvas que dibujan tus largas piernas y viajar por las pasionales historias que me cuenten tus redondos senos, tus oscuros pezones erectos, deliciosas frutas que ansío morder para degustar todos sus jugos. Irresistible pecado, deseado infierno.

Hoy quisiera que mi codiciosa lengua bebiera el néctar de la tuya y recibir el calor de tu aliento en mi nuca, mientras mis traviesas manos recorren tu blanca piel sedosa y acarician cada una de tus líneas, estremeciéndote con graciosas cosquillas, antes de incrustarse mis caprichosos dedos en las negras tintas de tu larga melena de tenebrosos rizos y oler el embriagador perfume de tus cabellos.

 Hoy quisiera comer de tu cuello, colmarte a besos, descender por tu sagrado vientre; detenerme en tu ombligo y rodearlo, sentir tus arrebatados jadeos; reptar calmadamente hasta tu pubis, despertar todos tus secretos dormidos, los borradores apócrifos, y otear desde el vertiginoso acantilado la misteriosa cueva que ocultan tus muslos.

Hoy quisiera saciar mi insaciable sed en tu fértil manantial de aguas cristalinas; humedecer mi pluma en tu tinta, mientras oigo tus apasionados gemidos, música celestial para mis oídos, con mi torso desnudo pegado a tus turgentes pechos, clavando el uno en el otro nuestros ojos pardos, desorbitados, extasiados; morirnos en un sinfín de espasmos, narrarnos con puntos y comas el supremos gozo de nuestros más salvajes instintos.

Quisiera cerrar tan bella historia con un prolongado orgasmo; escribir el epílogo de tan enternecedora novela con una amplia sonrisa, sellando de nuevo nuestros labios, y dormirnos abrazados, después de habernos recitado todos nuestros versos, poro a poro, palabra a palabra, hasta convertirnos en ilustres poetas de nuestros cuerpos.

Javier García Sánchez

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