jueves, 24 de septiembre de 2015

TORTUGA


La tortuga levanta el cuello
de ojos saltones
y vive del cuento.

Con la excusa
del peso de su ego
lleva la casa a cuestas
y recorre
diez metros
en veinte segundos.

Se esconde en el quicio
de las tuberías
y agacha el cuerpo
cuando escucha
pasar un tren.

Su sonrisa parece
el pubis de un babuino
y cuando se le cae
de la chepa
una escama octogonal,
semeja el dueño de su tiempo.

La tortuga tiene
memoria de elefante,
la niebla es su frontera
y es como un duende
que roza la barriga metálica
contra las baldosas del patio.

A vece me reconozco en ella
y cuando recobro
la insignificancia,
intercambiamos
nuestros números de teléfono.

GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-

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