Para Diego Córdova una guerra era una lucha por la mera supervivencia, bien entre dos hombres, bien entre dos naciones, como era la ocasión.
Inglaterra y España llevaban en guerra varios años, desde la ejecución de María Estuardo por orden de Isabel I. Felipe II no había perdonado a su antigua prometida, y hacía unos años había lanzado una gran armada para invadir las islas británicas, sin éxito alguno. Poco después había ocurrido otro tanto con la famosa “contra armada”, en la que Drake y Norreys retornaron a Londres con una flota destruida en su mayor parte.
Pero ahora era diferente: los ingenieros de Isabel I habían inventado una máquina capaz de mover los barcos sin necesidad de remeros o de viento. La llamaban “la máquina del viento”, y era un secreto de alto estado que había sido descubierto por los servicios secretos hispanos. Diego Córdova había sido enviado a Inglaterra en misión secreta. Tras su desembarco en una playa desierta, se trasladó a los astilleros de Londres en los que se estaba instalando la máquina en los buques de guerra.
Durante un tiempo, y gracias a su dominio del idioma y de las costumbres, y también a su fisonomía –pelirrojo y de ojos azules- Diego había anotado datos y apuntando nombres. Cuando tuvo todos los datos, ejecutó su plan.
Destruir los planos del invento y asesinar a sus creadores fue todo uno, y relativamente fácil, porque no estaban prevenidos para un ataque tan brutal y rápido. Más difícil fue incendiar las atarazanas en las que se resguardaban los bajeles ya armados. Solo cuando las llamas del gran incendio iluminaron los cielos de Londres, Diego Córdova supo que había cumplido a la perfección su misión.
Mientras el fuego devoraba todas las “máquinas del viento”, y sus cuerpos de metal se retorcieron y se fundieron en un infierno de llamas, ni Diego Córdova, ni nadie más sabían que deberían pasar aún doscientos años para que otros inventores volvieran a descubrir lo que llamarían la… “máquina del vapor”. Pero esa, esa es otra historia.
Francisco Segovia -Granada-
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