Sentimos desazón cuando el beso no llega
a templar nuestros labios de luz y caracola,
se hierve nuestra sangre, tan fuego y amapola
y somos duro mármol que hasta morir se entrega.
La paz se nos escapa, desliza por la vega
todo su potencial, nos coge una gran ola
y el ave nos transporta furiosa al rompeola
escupiendo la estrella en esa nocherniega.
Ciegos vamos, cansados hacia el atardecer
oh laberinto innato de nuestros días locos,
el temor al temblor nos cala el hueso.
Si estamos bien dispuestos, las puertas del querer
se abrirán ampliamente como si fueran zocos
incendiando las horas con la chispa de un beso.
Isabel Díez Serrano -España-
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