Pronto olvida la mano. No la aurora
de aquellos días: niños estrenando
tiempo y escuela.
Sobre un mapa,
un anciano maestro repetía
que la tierra es dominio de los dioses
decapitando la verdad,
y que este pueblo es humo contenido.
Hasta aprendieron
a medir las miserias de los hombres
por brazadas de espera.
Comprobaron
que Dios espera siempre
en una orilla del camino,
y que el amor madura en las espigas
si en su simiente se arrodilla el viento.
Construyeron su cosmos,
inventaron leyendas y escribieron
las olvidadas páginas del libro
de los instantes.
Fue testigo la tierra de sus fuentes,
y los niños, más puros
dictaron testamento a los mayores.
Y en cada primavera. Y en otoño
recordaron la lluvia
y consagraban
las calles y el costado
al reino del amor.
Supieron
que en el secreto de la muerte
cabe la eternidad, y qué prodigio
adorna la cintura de las chica
cuando decimos primavera.
Hoy
el mismo pueblo
es un misterio memorable.
FRANCISCO MENA CANTERO -Sevilla-
Publicado en Luz Cultural
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