Otra vez me han goteado por la frente
los presentimientos,
para irme hundiendo luego
en la cal vaporosa de una carta.
He notado en los cristales la insólita lluvia de julio
y mis quejidos se transforman en cipreses cristalinos.
Despavorido me siento correr tras los gritos de mi alma.
Me adivino entre rejas
en el dibujo sombreado de tus palabras,
a la orilla de un mar en calma,
para sentirte de lejos
o para mirarte de cerca.
Tus palabras son como una quieta condena
donde mis manos no llegan.
Abrazos postreros. Besos.
Y así se hiere la cadena blanca
por los caminos del viento.
Una carta de amor y sin remite
es el mismísimo Platón que espera…
Jesús Cuesta Arana -Cádiz-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 65
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