LO QUE SE AMÓ UNA VEZ Y TUVO ALAS
no cesa de posarse en el recuerdo.
Nos llaman. Acudimos. Nos ofrecen
claror y buenandanza. Nos alejan
de aquello gris que desemboca en lluvia.
Nos miran. Y, al mirarnos, comprobamos
que es esa claridad la que nos urge
de magia duradera. Un hombro a mano
puede desabitar un desaliento.
El otoño, si luce, estalla en rosas
que sobreviven a la tarde. Late
un no sé qué que quiere que quememos
las hojas desahuciadas. Sus cenizas
son esos soliviantos que olvidamos.
Para entregar al aire lo que es suyo
tañemos una lira. ¿Conocéis
asombro más propicio para darse
y, al mismo vuelo, retener lo amado?
Del libro “LA LLUVIA DESEADA” de ANDRÉS MIRÓ -Sevilla-
1º Premio, XXI Certamen de Poesía Searus, 1998
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