Sé que volveré al romero,
donde me esperan los pinos,
los algarrobos y los almendros,
solitarios,abandonados,donde
sobreviven con templarias raíces
entre antiguos ribazos.
Al pedestal oscuro de la Luna,
a contar estrellas fugaces
y buscar piedras entre las piedras.
Cantos redondos y planos,
que caminen sobre el agua,
a saltos, como naves voladoras,
haciendo de lanzadera
mis propias manos.
Volveré, donde la perdida senda
y los sufridos guijarros,
a los rastros de jabalíes
entre la maleza y los charcos.
Las lindes marcadas
de las rabosas,
con sus heces secas,
como avisos de peligro,
dibujando las fronteras.
Al pequeño río y su manantial,
a sus cañaverales,
las selvas de cañas,
donde los ruiseñores
hacen sus nidos y cantan
por la noche,buscando pareja,
con una garganta prodigiosa,
llena de notas enceladas.
Sé que volveré al tomillo,
a la flor dominante del cerezo,
a los caracoles de carreras
y reconocer a los pájaros
solo con ver su vuelo.
Allí en sus miradores en alto
me aguardan las lechuzas,
los búhos,los mochuelos
con sus ecos enfrentados
la vuelta a la vida,
casi ya anochecida,
de las invisibles saetas
de los murciélagos.
Es en esas horas,
cuando la Luna,
al escuchar atenta
en sus paseos nocturnos,
al poeta pródigo
desde su trono
de musas luciérnagas,
enciende todo su embrujo.
MIGUEL RUBIO
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