Los lunes, recién levantado,
los ojos se agrietan como colgajos empecinados,
la nariz duele como un futuro imperfecto
y las rodillas son un mecagoensuputamadre constante.
Las legañas como varillas de limpiaparabrisas
ondean al viento lunático como rastrojos de domingo.
La tos, banda sonora de la constancia,
es un pellejo de notas musicales andrajosas.
El primer trago desempolva los harapos de eskay
que atoran las rimas asonantes del sarro del mundo.
Hágase la luz cuando las dioptrias de las gafas
acrecientan la habitación como pingajos cotidianos.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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