Redonda estaba ella en su cuna blanca,
una luna apagada, toda olvido;
seres habían amado ese equilibrio
que ahora su muerte brindaba.
Como si forrados en blindex estuvieran
atardeceres, ellos esperaban
lo suyo: el paraíso.
Que le tocó primero por una lotería
de voluntad de Dios y malapraxis;
fue su martirio una prolijidad
y un alimento. Bienaventurada
en su final sin principio.
BEATRIZ VIGNOLI -Argentina-
Publicado en Gaceta Virtual 126
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