Dentro de un núcleo de luna líquida,
flota una pluma de papel.
Yo observo a mis manos,
convertirse en hilos de barro
cayendo lentamente sobre un campo,
donde crecen horizontes que sonríen
con dentaduras de caballo.
Un reloj toca las 12 en punto
con un canto de cuco metalizado.
La tierra se abre en canal
con una uña de mochuelo malherido.
Y yo tengo las costillas rotas,
por el tallo de una rosa.
Una mariposa de fuego bebiendo sangre,
y haciendo en mi corazón su nido.
En mi pecho florecen los jacintos
con pétalos que son diminutas bocas de niños.
Mis ojos que no son míos
se los di a la luna para que viera cantar a los ríos.
Y mis huesos sobre la loma del monte perdido
son la santa cruz,
señalando el lugar donde reposa
mi corazón herido.
Noche, que noche malherida,
que noche convertida en alazán sombrío.
¡Que noche! de pieles y estrellas,
y de pulsos dormidos.
Noche, en la que la muerte fue,
una paloma de humo con las alas extendidas.
Y el tiempo con sus horas
pasó como una brisa de siglos.
Yo dormiré tranquila,
dormiré con mi piel siendo manto
de las lomas escondidas.
Sobre la más alta torre de la catedral del tiempo.
Un serafín de oro toca la trompeta.
Y en un cáliz se vierte la sangre,
de todos los poetas
muertos en la hora del silencio.
Doce campanadas de plomo.
cayeron como 12 losas.
Y un silencio de sepulcro,
resonó como veinte eternidades.
Como veinte terremotos,
dentro de una copa de cristal vació
Como veinte llantos, de niños de plata
llorando todos al unísono.
Doce campanadas de plomo.
Que fueron 12 losas sobre los campos
donde florecen rosas con rostro de poetas.
Doce campanadas de plomo
anunciando la hora del llanto escondido.
La hora en la que ha de alzar su canto
un gallo de tierra seca.
Con mi cuerpo convertido en barro.
con mis venas fuera de su envoltura.
Y dentro de un núcleo de luna líquida.
Fui poco a poco perdiéndome entre las corrientes,
que empujan a los muertos hacia una orilla
en donde duermen los corzos disecados.
Y en donde los ejecutados agitan
violentamente sus brazos.
Cortando tiras azules del cielo con la punta de sus dedos.
Noche, ¡que noche malherida!
Que noche convertida en alazán sombrío.
Noche, en la que la muerte fue,
una paloma de humo con las alas extendidas.
Y el tiempo con sus horas
pasó como una brisa de siglos.
Noche, ¡que noche malherida!
Gota a gota cae el amanecer sobre los que están dormidos.
Y yo moriré tranquila.
Sabiéndome pulso, sabiéndome río.
Debora Pol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario