Cuando nos conocimos yo debía de andar marcando mi territorio con la pata levantada desaprensivamente en alguna esquina de aire y ella… bueno, ella siempre ha sido nómada, como las historias de los desiertos.
A partir de aquel momento se sucedieron encuentros aleatorios marcados en rojo en el almanaque de mis noches. Había veces que nos exiliábamos casi voluntariamente y con disimulo de la luz, y allí compartíamos botellitas y batallitas de ésas en que los héroes son los primeros en caer y al final no ganan los buenos porque los buenos, sencillamente, no existen. Sus palabras y mis silencios encajaban como un puzzle amorfo y confortable. Mis silencios y sus palabras eran tan distintos que prácticamente se sentían iguales.
Siempre que llegaba el momento de la despedida parecía como si nuestras sombras quisieran seguir unidas de la mano por miedo a la claridad. Me quedaba en el paladar de la conciencia el sabor de que aquello era demasiado perfecto como para ser bonito. Hubo incluso algunos ratos en que casi fuimos rosales con flores en sus espinas… Sí, ya sé que suena cursi en alguien de mi ralea pero no encuentro, o no quiero encontrar, otra cosa que lo describa mejor.
Hace tiempo que no la veo. Creo que mucho. Me han dicho los días en rojo de mi arrugado calendario que hay ratos que nos echan de menos y los exilios voluntarios no tienen el calor de las palabras encendidas y la resina de los silencios. Los besos de despedida ya tan solo saben a despedida y mi sombra está hecha jirones. Si miro ahora las noches veo esqueletos desnudos de rosales disecados y sus espinas momificadas tan solo huelen al rancio hedor del desencanto… aunque esto siga sonando cursi… ¡Qué le voy a hacer!
Yo, por mi parte, apenas marco ya territorios y ni así me siento menos atado, aunque levante la pata todavía de vez en cuando. Sigo queriendo saber quién soy en mis silencios y tengo un poquito más claro lo que no quiero ser en mis palabras. Aun así, si me quedo quieto y con los ojos del alma cerrados, aspirando hondo hasta que el pecho duela, al acabar de soltar el aire me parece escuchar (mientras el espacio se ilumina como con la luz de una candela) el eco de alguna historia restregándose entre las dunas y pedregales y haciendo oasis en los baldíos…
…Y ya casi ni pregunto por ella porque, al fin y al cabo, ella siempre ha sido nómada.
FRANCISCO TOMÁS BARRIENTO -Campofrío-
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