Dónde queda el pensamiento
sin música ni letra.
Dónde el abrazo sin recuerdo
en el rincón de la escalera.
Dónde el beso sin saliva
sobre la piel de seda.
Dónde la mirada inquieta
del niño que creció, aunque no quisiera.
En la tarde tirana sin ojos
quedaron esclavizadas
las mejores partes del alma.
En el eco de un continente, perdido,
diluido en la belleza de Afrodita
ante la puerta de una verdad sin nombre.
En la imperfección perfecta
en la que habita el ser humano,
perdido en la locura, ensimismado.
O tal vez, hay que entender,
que la puerta de entrada es la misma
y respiramos del mismo pulmón,
por un soplo de vida.
Rafi Guerra
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