Y, además, me crecen ramas incoloras en el blanco perplejo de mis lunas: ramas sin hojas, inodoras y tercas, con sabor a ceniza vieja.
La voz calla porque no tiene aire para el canto, y mil soles se enturbian detrás de unas nubes que van aprisionando el ronco susurrar del silencio.
Ay, si el tiempo
quisiera renovar los caminos perdidos
del poniente;
ay, si las noches
se hicieran días de duermevela y pasión;
ay, si la vida
retornase a devolver canciones…
La sed no debe faltar, pero el hambre huye perseguida por los lobos solitarios que muerden fracasos a dentelladas calientes: bocados que devoran sueños de miel y esencias, paisajes de largas avenidas en donde el dolor se fundía en rojos y amarillos porque el amor estaba reciente, sueños intactos de besos y luchas sin salivas.
Porque, además,
suenan tambores encofrados
en las rendijas invisibles
donde el miedo se hace tumba
y las tumbas olvidos…
Pues no habrá ningún “además” que sirva para combatir un futuro que gira a la inversa del presente.
Luis Enrique Prieto
Publicado en la revista Arena y cal 193
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