(Basado en el relato “Rayo de Luna” de G. A. Bécquer)
¡Censurad pasadas obras,
alimentad mis maldades,
renovad mis sufrimientos,
mantened vivo el lamento,
eternizad las verdades!
Nutrido fui con las sobras
tormentosas del olvido;
era yo un hombre vencido
queriendo sentir amor.
Un día, la blanca luna
inundó en luz mi mirada,
encendió la madrugada
realizando, por fortuna,
obra de grato esplendor:
El rayo que yo hube de ver
se me figuró mujer,
cuya belleza mostraba
indefinible derroche.
Emprendió extraño camino;
rompí a andar, con desatino,
tras ella, ora de noche,
ora el alba despuntaba.
El sol comenzó a brillar,
la mujer, a marchitar.
Torcí mi rostro y no hallé
esencia de su figura
¡si hallase aún existencia!
Observé mi penitencia,
y caí de las alturas,
oscuro y solo quedé.
Del alma mía su pecho
era confortable lecho.
Tras el día de otro día
Universo ante mis ojos:
Alma caída del cielo
llenó en la noche el desvelo
mortuorio de mi enojo
a la luz de la utopía.
Entregado a su belleza,
nebulosa de pureza,
marché siguiendo su ser
invierno tras primavera.
Vi una vez que caminaba
intangible en la mar brava;
descubrí entonces que era
alma etérea, no mujer.
¡Musa mía fue una luz,
ilusión, breve virtud!
Ahora me acusan de loco,
mas soy, si cabe, más cuerdo:
Amor es de luna un rayo.
Noto que muero si callo
temblando ante su recuerdo
y me extingo poco a poco.
Sergio Pardo
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