domingo, 8 de noviembre de 2015

LA PRINCESA Y EL PLEBEYO


Anoche tuve
un perturbador sueño,
si fue en el cuerpo
no lo sé,
si en otra dimensión
no lo sé.
Tú eras princesa
remanente de los Zares,
y yo humilde plebeyo,
parias y sin nombre.
Todos te loaban,
todos te veneraban
y rendían pleitesía,
hasta las más vistosas
y aromáticas flores
perdían su rubor
al verte ataviada pasar.

Y yo de ti enamorado
no podía a ti acercarme.
Cuando al fin logré
penetrar tu esfera,
por tal osadía,
fui desterrado al sur
y tu fuiste enviada
a un país del norte
donde tu consorte.

El sueño fue tan vívido,
que en el fragor
de tus besos
y de tus abrazos
no dejamos centímetros
sin recorrer nuestra piel,
nos amamos como nunca,
nos amamos para siempre.
Tus besos eran dulces,
tu cuerpo estaba ardiendo,
tu piel encendida,
y mi piel humeante,
te llenaba de éxtasis
en todo instante.

Deshinibida
desnuda y excitada,
en voz queda gemías
tus placeres reprimidos,
y en actitud sumisa
toda toda te entregabas.
Sin tabúes ni subterfugios,
me mimabas
y consentías,
todo nos permitíamos,
fuimos uno,
fuimos todo,
y a la vez no fuimos nada.

Fuimos la muerte,
y también la vida.
Un instante efímero,
una vida plena,
de goces, de deliquios
y de embelesos,
una dicha eterna.
Tus ojos hermosos
destellaban de amor,
tu mirada era distante
tu sonrisa era triste,
y tu corazón palpitaba
de emoción
al mil por millón.

Soñé la despedida,
mis ojos vieron tu partida,
quedando mi alma sin vida,
mi corazón partido.
Y tú mi gran amor
de muerte herida,
mis ojos entristecidos
lloraron tu partida.

¿Si amanecí llorando?
no lo sé,
¿si me dormí
por ti llorando?
no lo sé.
Tal vez no lloré
y tan sólo caminé
sonámbulo,
y extraviado
bajo la lluvia
tu amor buscando.

Tal vez el gélido frío
congeló en mis pupilas
las nostalgias
y pesares de mi alma,
y las transformó
dos lágrimas de rocío,
dos gemas relucientes
de cristal tallado,
dos finos diamantes
para ti magistralmente
cortados
de las penas de mi alma,
con singular destreza
y consumada maestría,
por el tallador
más experimentado.

Dos pendientes
en mis burdas manos,
dos lágrimas de mis ojos,
podrían haber cambiado
el curso de esta historia,
dos diamantes que sin ti,
sin ton ni son, nada son.

George Rivas Urquiza -Perú-

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