Oye Madre, el fulgor de la tarde cae ya.
Las golondrinas rastrean sus nidos
y su trinar es anuncio de un pronto descansillo
que para mí, es escribirte en el oasis,
de ésta que fue tu casa hasta el silencio de tus manos.
Por ello, invoco esos pasos de los días que sin quietudes
peregrinabas los zaguanes de la estancia
llegar pronto a la cocina y prender el carbón
bajo hornillas de piedra en fuego abrasador
y el olor del café esparciera el aroma entre paredes
fuerte refugio de años velados.
¿Pero sabes Madre? Ahora te voy a contar,
es algo que no sabías, tal vez lo imaginabas,
ahora escribo, casi todos los días,
algunos de mis amigos, quizás unos conocidos,
me llaman poeta, pero siempre les reprocho:
¡No soy poeta… solo escribo letras!
Y en esos alardes resultan los versos
que en gloria siempre eternizas
como mi corazón siempre lo hace contigo.
Ah… y las armonías que escuchan oídos
de aquella música vibrante a tus sienes
esa música que escondían lágrimas
pero hacía latir tan férreo el corazón.
Todo esto lo recuerdo en crepúsculos como hoy
cuando en el balcón sentada te recreabas
con hilos, lanas, agujetas y el crochet,
el sol refulgía en tu semblante y las macetas con sus flores
te adornaban…
Eran las tardes de un libro con folios rasgados
pegados con cintas para no perderlos,
tejías la colcha de retazos, yo leía versos del alma.
Hoy, aún después de los años, con mis cabellos plateados
y las líneas configuradas en el cuerpo que tú acunaste,
sigo sentándome en ese balcón, con los destellos de ese sol
que ilumina las letras que te escribo
para que las recibas y leas en el paraíso
donde en profundo abrazo yo te las envío.
Espérame Madre, pronto estaré contigo
en los tejidos del alma…
Jorge Mariano Camacho Sarmiento -Colombia-
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