Era brisa de tronos y reinas
Bajo el azabache y el níveo atuendo
Asuetos de caminos sin nombre
Y antaño las geishas danzaban a la sombra
De una tenue luz que titilaba en la linterna de arroz
Busqué en el diván de los oníricos aposentos
Vibrando con las señales cuneiformes
Aligerando sedas de mil arcoíris.
Estuve entre velados aljibes de lejos venidos
Sintiendo el color del azafrán
Vitoreado por el sinfín de amanuenses nombres
Pitonisas y romero ofrecido en sus manos
El palacio rojo se yergue enhiesto entre la arboleda
Escondiendo sin encubrir su munificencia
Uñas y dientes, aceros y maderas, savia y sangre
Todo diluido en el ancestral espacio de las saetas.
Suave, un suave velo se torna mi vuelo
De crisálida a majestuoso porte de alado ser
Acaso se me escape la esencia
Incluso no sepa interferir por los menos fuertes
O perder en las batallas, mi piel ofreceré
Pues sé que divagáis sobre mi torso sencillo
Lustros de vida no apagarán este instante mágico.
Descerrajaré el último reducto de nieve desleída
Bajo el manto de su señora cenicienta
Hibernando el periplo de los inconclusos escozores
Ante la majestuosa diligencia de sabernos allá
Sobre las cúspides del recogimiento
Sin hallar nada, encontrando todo perfecto
Serenidad generosa se desgaja al paso
Y nada nos inunda más que el sosiego interior latiendo
Cuan si fuéramos un solo palpitar.
Santiago Pablo Romero -Trigueros-
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