Primavera.
Una caja vacía.
Hago cajas profundas.
Aunque esté sola,
la primavera es alegre.
Tesoro que pierde su brillo
cuando en la caja guardo,
las largas avenidas
de las citas.
Yo fui la única que oyó
esa palabra blanda.
Ese gorjeo de jilguero
no tan bello como el del ruiseñor.
Rosas y calas blancas,
margaritas y flores bellas
adornaron los poemas
que volaron en su fondo.
Verano
Recuerdo el calor
que subió la esbelta espiga.
Cereales y bocas abiertas.
Sed de verano.
La arena floja
quema los pies descalzos.
Niños que han crecido
y otros, desnutridos
espigan lo perdido.
Recojo tres granos,
tres granos que escondo
en lo más hondo,
en lo más profundo de la caja.
Otoño
Llegó el dorado otoño.
Volví a meter en la caja
las hojas muertas que recojo,
como guardan los corazones
los sollozos y traiciones.
Ocres sombras, sombras ocres…
¡Qué pena me da miraros!
Entre mustias jardineras.
Secar las ramas,
morir las flores.
Y vi al hombre sin brazos,
y contemplé dos mangas rotas.
Recogí su saco viejo
y guardé
en la vacía caja.
Invierno
Alrededor de noventa días,
estuve ausente de la vida.
Invierno que llegó blanco
y sin llave para cerrar el alma.
Blancas manos cuidaron
el preludio de los últimos jardines
donde no hay aves y ni flores.
Inmóviles de esperanzas,
quietos.
Árboles mojados y secos,
miran el abultado cuerpo
que apretado duerme escueto
con sus concisos versos
en la envejecida caja.
Ana María Lorenzo
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