Pregonan mis días la gloria del Creador,
se regocijan mis pulsos en Jesús, mi camino;
porque ha versado la paz con el amor,
la noche con el día,
la ofensa con el perdón.
Como a vivir sólo se aprende viviendo,
a perdonar también se aprende perdonando,
y únicamente se perdona si se ama,
y únicamente se ama si se perdona,
yo seguiré cantando al amor por siempre.
Quizás fue poco el amor entregado,
pero siempre he aceptado la mano tendida,
pues si algo he aprendido a meditar,
es que el ser humano crece cuando se arrodilla
y decrece cuando se endiosa.
Por tanto, que el justo me reprenda,
que el bueno me amoneste,
pero que la vida que me quede por vivir,
me acreciente de belleza
y me desborde de poesía hasta en la tumba.
Señor, mis anhelos no conocen otra mística,
que tu cruz que es mi cruz,
en la que me refugio sin descanso,
guárdame de los malhechores
y protégeme del desconsuelo de las trampas.
Atiende mis súplicas, entiende mis clamores,
líbrame de este tormento que me angustia,
déjame reposar en tu silencio
que estoy hundido, y tú lo sabes, mi Dios,
esperando que una primavera me eternice.
Toda mi vida te loaré
y moveré los labios hacia el interior,
alzando las manos a esa eternidad
que nos abraza con júbilo,
para saciarme el alma unida a ti,
porque tú eres mi Autor
y tu palabra me sustenta, me sostiene.
Víctor Corcoba Herrero
Publicado en Luz Cultural
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