Querer saber todo sobre ellos se había convertido en una gestión tan necesaria para la raza humana que los trabajos del mundo, de una forma u otra, se redujeron a especulación y documentación. Tomamos teorías biológicas y nos obsesionamos con aplicarlas a los seres del cosmos. La obsesión ha llegado a ser tal que las empresas del entretenimiento han normalizado prototipos de belleza
alienígena y las adolescentes fijan a las paredes de sus recámaras carteles de ET Joe, ET Dan, ET Pierre. Se masturban, incluso, pensando en ET Miles, ET Xan, ET Brom, ET Jen.
En fin, sabíamos que llegarían, pero nadie los esperaba ese día.
El coso entra por la ventana, rompiéndola. Es una maraña de abismos y cielos umbríos, un disturbio atmosférico de discursos sin canales ni receptores, y tentáculos retractables desde un agujero negro.
Ese día es un sábado a las 10 de la mañana y estoy desnuda. Busco la ropa interior en el armario mientras le escribo un mensaje de texto a mi marido para decirle que ya voy de camino. Me quedo inmóvil, al principio, porque las sorpresas así los sábados a las 10 de la mañana alteran incluso el funcionamiento de las acciones reflejas. Luego, cuando el coso vuelve a moverse, pego un grito y corro.
Me encierro en el minúsculo baño sin ventanas, espalda contra la puerta.
Las manos temblorosas sujetan la perilla. Solo pienso en que no puedo pensar. Nunca antes mi neurona de asociación había estado tan ahogada en miedos. Los negros tentáculos se achican y entran por la ranura del cerrojo, siento un leve cosquilleo en la piel dorsal. Pestañeo.
Los tentáculos se expanden a mis lados; se hacen grandes, muy grandes, frente a mis pupilas, cada vez más grandes. Me aprisionan de golpe el cuerpo. Me acarician. Exploran mis labios, mis pechos, mis aguas.
Musito otro grito en un susurro de témpanos hundidos.
Pabsi Livmar -seud.- (Puerto Rico)
Publicado en la revista digital Minatura 149
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