La negra Aisha estaba bella y sensual en el living. Llevaba un vestido ceñido al cuerpo dejando ver todos sus encantos como frutas apetitosas. Se había recogido el pelo hacia atrás, y un leve maquillaje le daba un aire de diosa inmaculada.
Llegué a casa, y me miraba con bronca. Me quité las gafas y le dije:
- ¿Qué quieres, pelear?
Inmediatamente se marchó al baño, se encerró unos cinco minutos. Luego volvió al living. Se quitó la chaqueta y me dijo:
- ¿Qué quieres, pelear?
Entonces cogí un alicate, y con la otra mano la acerqué hacia mí, ella sonrió. Y nos besamos, como locos, durante tres minutos. Desde entonces, antes de acostarme con Aisha, siempre dejo el alicate debajo de la almohada.
Javier Claure Covarrubias
Publicado en la revista Arena y cal 239
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