A la lumbre de esbeltas velas blancas,
en los confines de un pueblo de pescadores,
en la cabaña de rústicas tablas,
que guarda aletazos del mar tempestuoso,
permanecí la noche gélida,
presagiando desgarrones de rayos,
bajo un vaho tibio,
el fogón quemando troncos y crepitando murmullos.
El cobre diluido de la bruja llama,
tornasoló labios ardiente púrpura,
boca embriagada exhalando arrullos,
¡pequeña urna fantástica!
Allí,
espejeó líneas de perlas,
en cuyas lunas se agitaron ejércitos de antorchas.
Bebí en los jugos de odres míticos,
el sueño fermentado,
y tropezó mi alma con la quietud de risas,
suspendiéndome en profundidades de la muerte.
Es la madrugada y el horizonte vela luces blancas,
del fogón vuelan pavesas y ulula tibio el rescoldo.
Suspirando, un perro,
olisquea a la muerte.
Del libro En las cartas que leí la Bruja de
OMÍLCAR CRUZ RESTREPO
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