Yo quise que guardaras mis caricias
en el cielito donde abrazábamos la luna.
La noche no había violado los atardeceres
cuando llegaban maullidos en celo.
Desatamos los duendes en el balcón
para soltarlos al llamado de la boca.
Parecíamos murciélagos erráticos
atrapando el beso que subía
por tu barbilla enloquecida.
Juntamos la tersura de tu bandurria
con el ungüento de mis turbulencias.
Luego en la mesa
olíamos a incienso de laureles
a bulla de libélulas.
El radio subyugado por una sinfonía
iba en la luz del viento entre cortinas.
Nos aspiramos
en el abrazo de la despedida.
Dejé al sillón recogiendo latidos
para el regreso.
Del poemario Cuando el viento y el beso confabularon de
Pedro Juan Avila Justiniano
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