Fuerte entró corriendo a la cueva, venía excitado: aullando y golpeándose la cabeza. Curioso lo miró alarmado y saltó hacia un lado, sabía que no era prudente atravesarse con Fuerte cuando se comportaba de esa forma, de un manotazo podría partirle los dientes. Se ocultó detrás de un montón de pieles, las mujeres comenzaron a chillar y huyeron.
Fuerte frenó la loca carrera, Curioso siguió la mirada de Fuerte que se dirigía al umbral de la cueva. Curioso esperó ver a un león o a hienas asesinas, pero en su lugar había un hombre de cuerpo delgado y andar grácil. ¿A eso le temía Fuerte?, se preguntó Curioso. El hombre emitió algunos sonidos y después entró lo que parecía una mujer de cuerpo menudo, no vestían pieles de animales, parecían pieles hechas con flores. Hablaron, articulando sonidos que él entendía, como si su pensamiento estuviera en armonía con el de los intrusos.
No tengas miedo, no somos una tribu enemiga, no necesitamos tu territorio de caza, tus mujeres o
pertenencias, dijo el hombre.
Venimos en paz, agregó la mujer y sonrío y ante ese gesto Curioso se relajó, sintió que flotaba como en un sueño. Se desvaneció la cueva, dejó de gruñirle la barriga por el hambre y la tensión de los músculos desapareció.
Los colores eran más nítidos, sentía el volumen de los aromas y la conversación de los insectos. Tu
mente está ya preparada para trabajar, modificaré uno de tus genes, dijo la mujer y tomó a Curioso de las manos, un estremecimiento sacudió el cuerpo del homínido y supo que existía un conjunto de entes que representaban cantidad, a los cuales llamaban números, se agrupaban en un clan llamado Naturales, y en ese clan existía el líder llamado Uno: el origen de todo y el principio del infinito.
Sergio F. S. Sixtos (México)
Publicado en la revista digital Minatura 149
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