En ese preciso instante lo entendió: albergaba en lo más profundo la esperanza, impronunciable ni ante sí misma, de que en el momento de la pregunta
—¿Quieres recibir a X como esposa, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
Él respondiera súbitamente,
—No, no sé si quiero…
Pero él dio el previsible «sí»,
—Sí quiero,
alto, claro, mirándola a los ojos tal cual le habían indicado ayer tarde en el ensayo;
ella asintió con la cabeza, purísima, y desplegó la sonrisa cómplice y enamorada que puede verse en el rostro de las novias
que entienden
que él también, en ese preciso instante, deseó que ella hiciera el favor de dudar en extremo de aquella certeza que comenzaba a hacerse, por cierto, bastante terca.
Carmen Camacho
Publicado en Agitadoras revista cultural 61
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