domingo, 13 de agosto de 2017

XIX


Ni cielo alguno ni tierra.

Por qué sino las sombras protegen el manto de la vida,
calla su aversión la carne exhausta, el terror que la conforma.

Sucede la luz si las manos resbalan, su tejido y blanca certeza alimenta
su espalda, multiplica su yugo. El corazón no refleja más.

Llamar comprende sobras, polvo de los latidos perdidos,
la esperanza que no persiste ni se contiene.

Luego, vendrá el tiempo, el vacío extendido como un hueso a su llegada,
el día cuando nadie suceda por última vez.

Vendrá la noche, la hora previa al nacimiento, el Padre en todo oculto,
el lenguaje en su error desaparecido.

Otro nombre talla el infierno. La muerte, salvo crearla,
atraviesa el desierto su principio, la cordura su borde.

YAMILA GRECO -Argentina-
Compartido por Rolando Revagliatti

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