miércoles, 16 de agosto de 2017

LA MADRE


No duerme. Cuando se acerca la noche y se oscurece la ventana, su mente busca el sentido de lo que le traerá el día cuando despierte. Pero está soñando, o tal vez no. Dentro de la oscuridad se le revela el secreto de sus deseos, de la búsqueda real, del trote descontrolado. Bocetos de imágenes parciales e inconexas, determinados por la bruma, entre las sábanas. Cuando el insomnio se aleja, comienza la mañana.

Antes de saborear el café obligado, busca las letras que componen el día. Abre el costurero, escoge los hilos de colores y comienza a bordar versos que la representen, que vayan por delante de ella iluminando el camino, para llegar a donde le lleva la vida. Se deja caer en el serijo, agotada, mientras rebusca entre los alfileres que escaparon de la caja que los guardaba y ahora hieren sus sentidos. Su mano se aparta, dolorida. Añora las horas de la placidez oscura, del descanso buscado, del silencio tras los cortinajes que ocultan la ciudad.

Es el momento en que cree oír un llanto
desconsolado. Su pecho se llena del néctar
de la vida.

En su garganta se inicia una nana dulce que apenas roza sus labios.

Sus ojos inundados le impiden ver, ¿dónde está?, estaba cerca pero no le ve. Se frota con la manga para limpiar la mirada pero solo consigue extender una mancha negra por los párpados. Escuecen los ojos.

Escucha con atención. Ya no oye nada.

Ahora la mirada le devuelve la realidad que ocultaban las lágrimas: una cuna vacía.

Todos los alfileres se han clavado en sus
pechos, en su vientre.

Tumbada en el suelo, duerme.

Gime, llora, calla, grita. Le despierta un grito.
Su grito.

Se levanta dolorida y deja caer su mirada a través de la ventana cuatro pisos hasta chocar con el asfalto. No siente el golpe, no siente nada. La medicación corre por sus venas cambiando su entorno, diluyendo en su camino lo que queda de ella.

Su mente desarmada y sus extremidades amoratadas por las cinchas la mantienen recluida. Todo está oscuro. Pero ella sabe que todo es blanco: la cama, las sábanas, los muebles, las vendas…

Oye una luz que le apacigua. Sigue un túnel
que la impulsa a correr, esperanzada.

Vuela.

Un celador con guantes azules recoge las sábanas y las echa en
un cubo, dentro de una bolsa de plástico azul.

Otro celador retira la cama.

Luisa Gil -Madrid-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 73

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