Decidió, antes de desayunar, sacar de paseo a sus dos perros. Éstos, como si barruntaran algo, se mostraron inquietos y nerviosos. Se dirigió al semáforo por el que debía cruzar al otro lado del descampado, donde solía darles suelta. No había prisa, por lo que no apuró los últimos segundos en verde de la señal y esperó a que el semáforo permitiera de nuevo el paso. El tráfico y sus prisas se iban apoderando de las calles. Fueron tres minutos de espera. Tuvo que tirar con fuerza de la correa para poner a los perros en movimiento. Comenzó a cruzar con decisión, ajeno a los coches que circulaban y se detenían, abstraído en sus propios pensamientos. De repente, justo a la mitad del paso de peatones, se quedó paralizado. Cambió el semáforo de color y los pitidos de los coches le hicieron reaccionar. En aquel preciso momento, recordó que era su último día para presentar la declaración de la renta.
Isidoro Irroca
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