domingo, 1 de noviembre de 2015

EL HOMBRE DEL HACHA DE PIEDRA


Tardó cientos de años, de esfuerzo permanente sin claudicar, sufriendo y enfrentando todas las dificultades posibles, hasta que logró enderezar su espalda y ponerse de pie. Y pudo alcanzar con sus manos, el alimento que necesitaba.
Y con ese esfuerzo, se convirtió en un ser humano, y cambió la historia de todos los tiempos por venir.
Vivía y se protegía por instinto en cuevas naturales, entre la penumbra del día, en medio de vapores malolientes y venenosos, en una selva plagada de peligros, perdido en la noche de los tiempos, sumergido en la más absoluta oscuridad, en las inmensidades del espacio sin fin que habitaba, sin conocer el poniente y el naciente.
Era uno de los seres más pequeños del planeta, en aquel universo de bestias hambrientas, enormes, descomunales, malolientes, asesinas.
Acosado permanentemente por el medio ambiente y el peligro, golpeado por el hambre y el frío, agudizó su necesidad de supervivencia.
Desarrolló sus sentidos y aprendió a luchar por su vida y comprendió que debía pelear fuertemente, sin claudicar nunca, para preservar su especie y su descendencia.
Tardó años, pero con fuerza y decisión, irguió totalmente su cuerpo y comenzó a caminar, en senderos barrosos, oscuros, alejándose y adentrándose en lo desconocido, buscando nuevas alternativas de vida.
Y así, un día, por casualidad, asustado y temeroso, descubrió el fuego.
Y comenzó otra historia, y fue otro gran logro, de aquella especie de animal que estaba aprendiendo a usar su raciocinio, en su incipiente experiencia.
Tuvo luz y calor y aprendió a cocinar sus alimentos.
Comenzó a trasladarse a lugares distantes, desconocidos, que le exigieron un mayor atrevimiento, entre ríos de piedra derretida y montañas tormentosas, en donde conoció y sufrió la nieve y el frío intenso, y se quemó sus pies. Y comenzó a proteger su cuerpo.
Pero, cuanto mayor era el esfuerzo, más se agudizaba su curiosidad por lo desconocido, y siguió adelante, con pasos firmes.
Y en su largo y añoso caminar, conoció a otros seres semejantes a él. Y conoció a la mujer, y la tomó como suya, protegiéndola y alimentándola. Y tuvo hijos, y formó su propia familia. Asumió riesgos y responsabilidades y siguió caminando, desarrollándose y aprendiendo.
Dejó las cuevas y se trasladó a las llanuras. Llegó al mar y aprendió a navegar, y se alimentó con las riquezas de sus aguas.
Plantó semillas y cosechó su siembra. Y su familia se hizo más fuerte y más numerosa.
Fruto de compartir el esfuerzo en conjunto con sus semejantes, formó tribus, que con el tiempo se hicieron pueblos y luego, ciudades.
Compartió su trabajo, sus ideas y su lenguaje, conquistó tierras y trazó fronteras, y descubrió y defendió con su vida esa tierra que lo vio nacer y le dio la idea de nacionalidad, y tomó como suyo el concepto de Patria y Nación, haciéndolas libres y soberanas, aun a costa de su vida.
Descubrió e inventó todo lo necesario que necesitaba para el progreso de su pueblo y su comunidad, y, finalmente, en el supremo desarrollo de su inventiva y su intelecto, llegó a la Luna, y posó su pie sobre ella. Y las experiencias y conocimientos lo siguieron impulsando. Y siguió adelante y la sobrepasó, viajando a las inmensidades del universo desconocido.
Este olvidado ser humano, este hombre primigenio hombre, NUESTRO ANTEPASADO, que con una simple hacha de piedra, pudo vencer enormes dificultades, y forjó con su esfuerzo el destino y progreso de la humanidad, merece nuestro eterno agradecimiento, que con su ejemplo nos indicó los caminos a seguir.
Este formidable esfuerzo de nuestro antepasado, a través de toda la historia conocida, es lo que nos permite disponer de los medios para que nosotros podamos comunicarnos con el mundo y estar aquí, ahora.
Pero, me pregunto, ¿Dónde se materializa semejante esfuerzo que realizó este grande hombre?.
La cruda realidad de estos tiempos nos golpea con dureza. Somos y vivimos rodeados por una sub-clase de seres humanos, en un mundo globalizado y hostil, con más de la mitad de los seres del mundo, atrapados en la pobreza y la marginación, huyendo de su propio suelo y de la muerte. Muchos, viviendo en condiciones miserables, inmersas en la desprotección y la desesperanza.
Todos sus descendientes, ahora sólo somos solamente un número, que sólo nos toman en cuenta cuando los dirigentes elegidos por nosotros mismos, de sonrisa fácil y promesas vanas, los apátridas de siempre, nos necesitan.
Ya es hora que tomemos esa prehistórica hacha de piedra, ponerla al servicio de la paz, el progreso y el trabajo, y sigamos la voluntad inquebrantable del hombre que la construyó. Y retomemos, con trabajo, honradez y esperanza, el compromiso entre todos, uniéndonos entre nuestra desesperanza y nuestro bien supremo, el amor por nuestros semejantes, y asumir la tarea de construir para nosotros y nuestra posteridad, un mundo mejor para todos.

Manuel F. Romero -Argentina-

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