A la hora en que el frágil varillado
de mi techo se transforma en
postrer imagen de vigilia,
nada me protege de los que habitan la noche.
Ni ese techo de madera,
ni el cazador de sueños
que pende sobre mi testa,
ni el enchapado de zinc que a la intemperie
redirige hacia el césped
cada riego que el cielo ofrece.
Comienzan pues al unísono
caminatas y carreras
de seres que no descifro.
El peso de sus pasos remite
mucho más a la alimaña
que a la criatura humana.
No desfilan: Fugan.
Huyen, esquivan, aletean.
Predadores y predados se dan cita
en la cima de mi vivienda
estremeciéndome con el antiguo
ritual que cumplimentan:
Servirse el fuerte del débil,
alimentarse el astuto del simple.
No duermo solo en esta liturgia
que ignora el departamento.
Cohabito con multitudes al fin de la jornada.
No aumentan mi superstición,
sólo ayudan
a entender la ley de la vida:
No estarán los de ayer
cuando arribe el nuevo día.
Del libro Alpargatas de JORGE FALCONE
Publicado en la Editorial Alebrijes
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Hace 2 horas
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