Un día cinco de marzo
me dijo que iba a morir.
¡Niño, tú no le hagas caso!
¡La pobre está mal de aquí!
Señalando la cabeza
me querían advertir
que los años de la abuela
le impedían discernir
entre locura y cordura
obligándola a decir
lo que nadie sabe nunca
el cuándo se ha de morir.
Luego pasaron los años
sin acordarnos de aquello,
y como a muchas personas
el cáncer llegó a su cuerpo.
Son momentos de agonía,
los doctores la rodean
pronóstico más que grave,
los familiares la velan.
El niño ya es un mocito
y vino a ver a su abuela,
la que entreabriendo los ojos
le dice: “Tú no los creas”
“Si hoy es seis de marzo,
al menos un año queda”.
Una pícara mirada
y una sonrisa se cuela
entre gestos de dolor
que en el fondo les alegra.
Pasan unos días más
la anciana se recupera.
Medicamentos y curas
van echando el tiempo atrás.
La familia se relaja
el peligro no es fatal.
-¡Abuela, ya estás mejor!
¡Qué susto que nos has dado!
-¿Acaso tú no sabías
que no era cinco de marzo?
No entiendo porqué te asustas
si te lo dije hace tiempo,
me moriré en ese día
porque otro día no quiero.
Han pasado ya tres años
desde la crisis primera
en fecha cuatro de marzo
vuelve a empeorarse la abuela.
En aquella tarde - noche,
llama primero a los nietos,
con palabras de consuelo
ella se va despidiendo.
Después otros familiares
y por último a los hijos.
Uno a uno, ella los besa
y su despedida dijo.
Llegada la media noche,
que ya era cinco de marzo,
la anciana cierra sus ojos
y fue al eterno descanso.
Pedro Jesús Cortés Zafra -Málaga-
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Hace 9 horas
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