A Walter.
La barba descansaba sobre el pecho
de aquel hombre pequeño de cimbrada
viveza en los ojos y de una elocuencia
verbal que no tenia miedo. -Su barba
siempre la recuerdo-. El no era
un astro ni una configuración cósmica
que alimentaba su propio ego sino el
hijo de una ciudad en ascenso que
bailaba en el eje de su poesía.
Su llave me abría la puerta
a un verbo de ímpetu ilimitado.
El era un hijo de Manhattan e hijo de
las montañas y de los cielos invadidos
por una raza, y por una voz
aunada en un solo canto. El era un
cosmos, barba de esperanza en la
incertidumbre y en los abismos
insondables. El era el hijo del
pretérito, y de las aguas que se
adelantaban al invierno.
La luz de su barba blanca me
invitaba a su corazón desde donde
escuchaba su voz que no
tenia limites, ni ciudades, ni tierra, y se
escuchaba en todos los continentes.
En su voz se encontraron mares
extraviados y países olvidados,
y una poesía de verbos que caminaban
con pies largos y con voz de pájaros
enamorados. El hombre de la barba,
era un hijo de Manhattan.
JAY JAY
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